2 | El EcosDestilado: La Evaporación

El EcosDestilado: La Evaporación


La experiencia EcosDestilado se extendió entre junio y octubre de 2013.

En ese período se diría que aprendí el arte de destilar textos. Si uno mira los primeros y los últimos destilados, va a notar que al principio, si bien el mecanismo funcionaba correctamente, el “sabor” dejaba bastante que desear: un poco duro, demasiado seco. Todavía no le tenía la mano.

Fueron doce entregas, de doce páginas por entrega. Doscientos quince textos destilados. Cada ejemplar era un artefacto pequeño, del tamaño de 1/3 de hoja A4. Las páginas -sueltas e impresas a ambas caras, con ilustraciones ornamentales- estaban contenidas en una suerte de cubierta-sobre conformada por una hoja plegada en 3, impresa en una sola de sus caras, que contenía la Tapa, la Contratapa y una solapa con el Editorial. Esta cubierta-sobre estaba sellada con unas pequeñas fajitas de papel de diario, que el receptor debía romper para acceder al interior.

Además de destilar, diseñaba, ilustraba e imprimía los ejemplares yo mismo en mi casa (esto es relevante).

Los destilados se entregaban en mano, personalmente y en forma gratuita, a un grupo estable de 24 personas: amigos y amigas, personas afines.

La acción -y esto también es relevante- guardaba más similitud con el gesto de esa buena señora del barrio que ensaya una nueva receta de torta y convida el resultado a sus vecinos, que con el de un artista que exhibe su obra.



Ya desde el inicio compartía, además de los destilados propiamente dichos, lo que hasta allí alcanzaba yo a entender acerca de lo que estaba haciendo. En la contratapa de los cuatro primeros números, ponía: El procedimiento es sencillo: compro 3 Ecos Diarios por semana (domingo aporta poco, pero trae editorial). Elijo noticias, sólo noticias. Respeto su orden en el tiempo. Las hago pasar por el alambique de mi lectura, y transcribo. No agrego ni modifico nada, no cambio palabras, no altero la estructura de las frases, no corrijo errores de ninguna clase, no sumo opiniones, ni comentarios. Sólo me permito, a veces, pequeños movimientos de montaje de dos noticias de la misma sección, o al interior de un mismo texto. Encabezo cada destilado con un título encontrado en los arrabales del original: el resultado suele ser inquietante. El producto final es Ecos Diarios puro, pero destilado. El aparato opera por sustracción: mi alambique evapora los líquidos inocuos y recupera, en nuevo estado, aquello que buscaba sin saberlo. No interesa el ejercicio de la sorna (es tan fácil burlarse del Ecos como de casi todo el mundo real); interesa la obtención de pequeñas cantidades de materia poética, nueva sustancia líquida, propiciatoria y densa de sentidos ocultos (alquímicamente se sueña que en su acumulación -y en sucesivos y variados destilados- se develen rasgos olvidados del rostro de la ciudad).

Esta primera descripción del mecanismo sería suficiente para empujar un largo trecho. Con el tiempo, iría haciéndose más precisa y completa, como veremos más adelante.

A partir del Nº8 comencé a usar las contratapas para “pensar en voz alta” la etapa que seguiría. Esto es: qué tratamiento le daría al nuevo material surgido de la destilación, a ese cuerpo de 215 unidades textuales, que todavía flotaban en su propia nube en forma de vapores a la espera de ser condensados, devueltos a un nuevo estado líquido.

Sabía que tenía que continuar, porque el mecanismo me sentaba bien -le sentaba bien a mi vida, esto se suma a lo relevante- y producía unos presentes que eran recibidos con avidez y alegría. Sabía que tenía que continuar, pero que no debía ser exactamente lo mismo, porque corría el riesgo de empezar a aburrirme y aburrir.

Entendía, erróneamente, que se imponían nuevas destilaciones sobre lo ya destilado. Especulaba con la posibilidad de transformar todo aquello en música (lo llamaba difusamente “la cantata”). Proyectaba una suerte de enciclopedia que clasificara los elementos de ese mundo destilado. Imaginaba la nueva etapa como un momento colectivo, colaborativo. Y también imaginaba modos y formatos para su circulación, una vez que -fuera lo que fuera-estuviera terminado.

Nada sucedió como yo lo entendí, pensé, imaginé, proyecté y/o especulé. Nada. El trabajo continuó siendo individual durante mucho tiempo más, y lo que se pensaba como nuevas destilaciones terminó siendo -según entendí más tarde- una suerte de condensación del material. Y terminó siendo también una larga, larguísima deriva -y esto también es muy pero muy relevante.


Lo que siguió -también del orden de lo literario- se denominó Manifiesto del Elemento Mecánico. 

Partituras del Manifiesto del Elemento Mecánico

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